miércoles, 27 de abril de 2016

Texto de las palabras de agradecimiento al doctor FEDERICO ESTRADA JARAMILLO, contratista a cargo de la reconstrucción de la Normal

Los hombres excelentes no requieren biografía. La escriben en su discurrir por el mundo de la vida, de la mano de los irrenunciable valores que heredaron de sus mayores. Detrás de un ser excepcional habrá siempre una conexión especial con la progenie que orientó y dio forma a su proyecto de vida y usted, don Federico, no es la excepción. Nos bastó con verle llegar a Jericó para descubrir, al saludarle, que estábamos frente a un notable, a un hombre extremadamente sencillo, a un ser humano sensible, honesto y exigente.

Poco más de 10 meses bastaron para convencernos a todos de que en este país de lisos y aventureros todavía es posible encontrar profesionales sin tacha a los que la decencia saluda con alborozo y regocijo cada día. ¡Cuánto significan una ética y unos valores bien cimentados, sobre todo en el universo de lo público, en quienes administran y ejecutan los recursos del Estado! Perdida ella y negociados estos a uno se le hubiera ocurrido esperar todas las debacles. Pero no todo está perdido. Esas permanentes lecciones que ustedes nos dictaron mientras le daban forma a nuestros sueños nos han permitido recuperar la esperanza y animar mejores expectativas. Es posible una patria sin genuflexiones frente al poder avasallador de la corrupción y el despilfarro. Es inminente, además.

La historia no se dicta. Se escribe para que las generaciones presentes y futuras puedan leerla y recrearla. Y ustedes nos acompañaron en esta grata tarea de perfilar tanto como una institución el testimonio de lo que aquí se hizo, con sumo cuidado y decoro, con exquisitez, holgura y transparencia.

Cuesta entender, desde afuera, la compleja realidad de la contratación estatal, de su inexcusable rigor e inflexibilidad. Desde afuera dicen que se ve  más claro. Aquí no aplica. Hay que meterse en la entraña de los afanes humanos, en el alma de esos seres que administran, allende nuestros contextos, para comprender porqué en un país como el nuestro es tan fácil desordenar, complicar o comprometer al otro. Con todo, hoy tenemos una Normal a la altura de las mejores del país. Locativamente es un campus académico digno de nuestros chicos, de nuestras familias, de quienes aquí encontramos sosiego en el servicio. Espiritualmente, un oasis en el que el alma siente plenitud y regocijo.

Don Federico y su equipo de trabajo resistieron con valor estoico los embates de un proceso digno de novelarse. Metidos entre la tormenta devastadora de los intereses políticos y las vanidades burocráticas capearon el temporal y condujeron a puerto seguro nuestra nave. Y hoy pueden sentir la inmensa satisfacción del deber cumplido. Un deber superior, porque así lo asumieron. Se movieron siempre en el terreno de la exigencia y la excelencia. Honraron la calidad en todo cuanto se propusieron realizar. Fueron reiteradamente proactivos, familiares.

Decirles gracias solamente sería un gesto de austeridad imperdonable. Sentarles a la mesa familiar el mejor reconocimiento que podemos tributarles. También hacen parte de la familia Normalista. Lo harán a perpetuidad, porque esta preciosa edificación que nos legaron tiene la impronta indeleble de sus más caros anhelos.

Le decía ayer a la comunidad, a propósito de la recepción del edificio: Don Federico convirtió la  Normal en su casa y acaso en una obsesión especial de su disciplinada profesión de ingeniero. Pudo haber hecho menos para ganar más pero se empeñó en realizar más de lo debido aunque reditara menos utilidades el proyecto. Asunto de grandeza, de inmenso generosidad. Que eternamente ponderaremos.

Reciba nuestro fraterno y perenne reconocimiento.

Muchas gracias.







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